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21 de Diciembre 2005

Algo por lo que sonreir

Cuando salís a la calle y miráis a vuestro alrededor, ¿qué veis? Gente vestida, caminando a algún sitio, mirando hacia alguna parte sin saber muy bien dónde fijarse, te miran, apartan rápido la mirada y te vuelven a mirar o simplemente pasan de largo. A partir de hoy quiero que os fijéis en las personas con las que os cruzáis. Decidme ahora si recordáis a la última persona que caminara sola y llevara una sonrisa en la cara.

Esta tarde-noche vi una pareja abrazada en la acera de enfrente en un semáforo. En ese momento ella le besaba en el cuello a él y éste rió como si se le hubiese puesto toda la carne de gallina. Recordé esa sensación y no pude evitar sonreír. En el momento de cruzarme con ellos, él y yo cruzamos también nuestras miradas y yo estaba conteniendo un poco la sonrisa. Lo que de alguna manera me sorprendió fue que él también empezara a reírse. Mientras me alejaba, escuché a su pareja que le preguntó por qué reía, a lo que el hombre no contestó. Desde ese momento hasta que llegué a mi casa no se me quitó la sonrisa de la cara y además me reía de vez en cuando. Cada vez que me cruzaba con alguien, le miraba, apartaba la vista y escuché como también esa persona reía. Je, je, je, no se escapó ni uno. Todos, TODOS los que me miraron terminaron sonriendo de oreja a oreja.
Lo más curioso de todo es que cada vez que procuraba mantenerme serio y no pensar en reírme, volvía a partirme de risa más fuerte que antes. Hoy me siento bien, hoy he hecho reír a mucha gente...Siempre hay algo por lo que sonreír.

Por cierto, ahora que me veo: mi sonrisa del viernes aún sigue ahí, ¿por qué será? ;)

15 de Diciembre 2005

Y quedó pálida

Era un día cualquiera en un mundo cualquiera. El aire anunciaba al mortecino invierno en un conjunto de sonidos fantasmales y escalofríos en mi nuca. Bajo las ramas los pájaros volaban raudos a sus nidos. Su piar era un murmullo en el viento que de forma casi inalcanzable sonaba en mis oídos.
Paseaba al ritmo de mi corazón. Siempre lo he hecho así. Ahora, en esta época del año, es un paso lento y débil. Algunos me miran con asombro. Creen que no daré el siguiente paso, que caeré y yo me niego a pensar eso. Por eso sigo, mientras siga el bombeo en mi pecho. Ante mí se alza una pequeña plaza con callejuelas, que me recuerdan con su canto de piedra el frió en los huesos al que me estaba empezando a acostumbrar. ¿Dónde iré? ¿Debo volver?...
Tiempo inimaginable hace, que el suelo que piso está donde está: bajo mis pies. Me invaden pensamientos relacionados con el color de los balcones y me pregunto si habrá peces en la fuente de esta plaza. Con el caos de mi cabeza empieza a bailar al otro lado de la plaza la figura de una joven. Recuperándome de tales paranoias, seguramente causadas por mi enfermedad y la sensación de encarcelamiento que me daban los grandes portales de las calles, le seguí el rastro a la joven. ¿Adónde fue? Creo que torció allá. Mis piernas se mueven hacia allá mientras me pregunto si realmente existe esa joven o era sólo un sueño de mi alocada y sensible mente? El sudor corría por mi cara. Corría hacia no sé muy bien donde, pero sabía que no equivocaba el camino. Mi corazón.
Quieto. Ahí estaba, no era un sueño. La joven desapareció tras las puertas de una escuela religiosa. Me quedé parado frente a la puerta. Aquel no era sitio para personas como yo. Hace tiempo que dejé ese camino. Me senté en un banco situado delante del instituto mayor y decidí esperar. Esperaría hasta verla de nuevo. ¿De nuevo? ¡SÍ, de nuevo! No lo recordé al instante, pero sentado en aquel viejo banco volvió a mi cabeza que antes de que la joven cruzara el umbral de las portentosas puertas nuestras miradas compartieron por un instante el mismo vector de entre los miles de millones que había en ese instante. Su imagen aparece clara y nítida ante mis afortunados ojos. Su pelo, largo, suelto y moviéndose al aire... ¿el color? No lo recuerdo. Brillantes y penetrantes como una hoja afilada me hirieron sus ojos en los míos, pero ¿y el color? No. No alcanzo a distinguirlo. La imagen se hace borrosa y empieza a difuminarse con la fachada de la escuela. La perdí. Mi corazón. Estoy quieto. Me levanto y ando de un lado para otro a la puerta del la escuela.
No me percaté del sedoso manto que la costumbre y la tradición habían colocado sobre mis ojos: la noche había caído con todo su peso. ¿Cuándo saldrá? Cuando salga _pensé_ le voy a mostrar las maravillas del mundo. Levemente y casi sin percatarse de ello, un haz de luz le deslumbró. La luna había salido. Era la luna llena que manchó de sangre las bodas de Lorca y que ahora está frente a mí, mirándome, esperando que diga algo. ¡TÚ NO ERES LA QUE MUESTRAS SER!
Pasaron horas, ¿quizás días? Ya no recuerdo. Fatigado me senté en el banco. La luna no se iba. La joven tampoco apareció. El cansancio me podía, el banco resultó ser cómodo y me quedé dormido. Mi corazón.

La noche se comió mis ilusiones, mi visión,
A la joven y a mi débil y enfermo corazón.

Allí quedó todo, como en una noche cualquiera en un mundo cualquiera y la única para verlo... la luna de diciembre que, como cada vez que la miro, me deslumbra con su romanticismo. Y quedó pálida...